domingo, 25 de abril de 2010

Microrrelato

Llevo casi un mes sin actualizar y ya se me cae la cara de vergüenza. No es porque la parada haya hecho campaña para que los blogguers volvamos a escribir. Quiero mantener cierta constancia en este espacio de lectura virtual, no sólo porque me alegra mucho saber que hay cuatro gatos que esperan un nuevo post, sino porque no quiero que se me atrofie el músculo de la escritura.

Es inevitable que me justifique: la "semana rara" ha pasado a convertirse en un "mes raro" con todos sus atributos de "movimiento súbito, inesperado y sorprendente". En ese desplazamiento constante ha habido muchas curvas, poco tramos rectos, varias bajadas y unas cuantas subidas que han repercutido no sólo en una redistribución de mi (escaso) tiempo libre sino también en mi estado de ánimo.

De uno de esos momentos oscuros, nace este microrrelato que os dejo aquí, principalmente para compensar la escasez de calidad y contenido de esta entrada.

Llevaba la tristeza pegada a la suela de los zapatos. Lo supe en cuanto oí sus pisadas cerca de mí. No era el repiqueteo alegre y rápido de sus tacones en dirección a Dios sabe dónde, sino un rítmico y pausado susurro de pies cansados. En cada zancada, arrastraba melancolía, un sentimiento oscuro como el polvo que se levantaba de la acera.

Oía cómo si iba acercando a mí, lenta y pesadamente. Levanté la vista cuando pasó por mi lado. Vi que tenía los ojos llenos de lágrimas invisibles, de esas que pesan más cuando no salen. Ésas que se acumulan en la mente, ahogando las esperanzas y los sueños que teje el alma. Ésas que se esconden bajo unos párpados cabizbajos que miran al suelo por miedo a que el sol las haga brillar demasiado.

Sus hombros, sus manos en los bolsillos, sus movimientos apagados desprendían una luz oscura que atrapaba toda mi atención. Un elegante fantasma gris que se movía entre los humanos sin apenas rozarlos para no levantar sospechas. Y así vi cómo se desvanecía al final de la calle, como el humo de una llama que se consume.


Gracias por seguir ahí, al otro lado de la pantalla del ordenador: es bueno saber que tienes gente que te lea aunque no tengas nada que contar.