jueves, 31 de diciembre de 2009

Con mis manos

En varios de los blogs por los que me dejo caer, ya hay balances del 2009, retrospectivas de este año, el ABC de los últimos 365 días y hasta cartas a los Reyes Magos pidiendo el trío de los deseos (salud, dinero y amor).

Yo no suelo hacer este tipo de repasos de lo que me ha ocurrido durante el año anterior, principalmente por dos motivos. El primero de ellos es mi deficiente memoria (de esto pueden dar fe mis compañeras de trabajo). Soy incapaz de recordar las cosas importantes, pero luego sí que retengo detalles tontos de tal o cual situación que ocurrió aquel día de Dios sabe qué año. Dada mi situación mental, que empeora inexorablemente con el paso tiempo, es difícil buscar tanto lo bueno como lo malo que me haya pasado en este 2009 para colocarlo en cada uno de los platillos de la balanza.

El segundo motivo es que no le veo ninguna utilidad a eso de repasar lo que ha ocurrido en los últimos doce meses. Sí es adecuado echar la vista atrás de vez en cuando, para analizar determinadas situaciones con la perspectiva que otorga el tiempo y volver a valorarlas, ya sea de igual o de distinta manera, y aprender de ellas. Sin embargo, creo que este ejercicio debe realizarse periódicamente (o, al menos, cuando te lo pida el alma) y no el 31 de diciembre, por convencionalismo.

Al margen de estas creencias mías, las conversaciones sobre cómo ha ido el último año y cómo será el nuevo que empezará son inevitables. Hace unas semanas, hablando de este mismo tema con una amiga, me comentaba que éste había sido un “año de mierda” para ella. En un momento, hice un rápido flashback a lo que me había ocurrido a mí en ese mismo periodo. Veo destellos de momentos buenos con risas, llamadas de teléfono con una voz que hace tiempo que no escuchas, familiares que visitan y a los que visitas, largas tardes de café y conversación, amig@s que siempre están ahí, proyectos personales y profesionales que se cumplen,… También vislumbro caras tristes, días oscuros, preocupación por otras personas, ojos encharcados por las lágrimas, noches pensando “¿por qué?”,… Pero la sensación general que me queda es más bien insípida, sin que predominen ni los sabores dulces ni los amargos. Ha habido momentos malos que se han solucionado (los que no se han cerrado, probablemente continuarán en el 2010), pero los buenos no lo han sido lo suficiente como para que tapen completamente el regusto de los anteriores.

Con esta sensación en el paladar, tome una decisión (llamadlo “propósito de Año Nuevo” si os gusta más, pero esto es más bien un propósito a largo plazo): quiero que el dicho de “Año Nuevo, vida nueva” cobre realmente sentido. Para ello, voy a hacer que las cosas ocurran y no esperan a que pasen. Si quiero cambios en mi vida, tendré que empezarlos yo misma.

Como primer paso, modificaré una de mis tradiciones de Nochevieja. Todos los 31 de diciembre, suelo estrenar algo, ya sea un vestido o unos simples pendientes que me hayan regalado en Navidad, como una manera de tener suerte en el año que empieza. Hoy me pondré una diadema-tocado que he confeccionado con fieltro y tul, es decir, algo nuevo pero que he hecho con mis manos. Si es posible cambiar una diadema negra y lisa comprada en un ‘Todo a 0,60 €’, ¿por qué no rediseñar nuestras vidas?



Hoy puede ser la noche en que vuestros sueños empiecen a hacerse realidad. Al menos, si vosotros queréis.

¡FELIZ AÑO 2010!

jueves, 24 de diciembre de 2009

De cómo nacen y mueren las tradiciones

Desde que era pequeña (al menos, hasta donde alcanzan mis recuerdos), el árbol de Navidad y el Belén se montaban en mi casa el día 8 de diciembre, porque era festivo y todos estábamos en casa, relativamente ociosos. Me encantaba (me encanta y me encantará) sacar todos los adornos de aquellas cajas de zapatos viejas y volver a mirarlos detenidamente como si fuera la primera vez. Manzanita rojas, bolas brillantes de colores, espumillón, figuritas de madera, campanillas doradas, lazos de raso,…

Recuerdo con especial cariño cómo decorábamos la casa en aquellas fechas cuando era pequeña. En aquellos años, vivíamos en una casa más pequeña que la de ahora, en Vallecas, y no teníamos espacio para un árbol de Navidad como Dios manda. Por eso, mi madre ideó un abeto recortado en cartón, forrado con una especie de terciopelo verde adhesivo y bordeado con una tira de espumillón, que colgábamos en la pared del salón. Para colocar las figuritas, clavábamos alfileres y, de ellos, colgábamos los adornos.



El Belén también era otra pieza digna de un tutorial de decoración del hogar. Por falta de espacio (o, más bien, para que fuera más fácil limpiar el polvo), lo montábamos dentro de una quesera. Todas las figuritas quedaban recogidas dentro de los límites de la base redonda de madera y protegidas por una campana de cristal, que le daba un aire de pieza de museo. En los últimos años, trasladamos el Belén a una bandeja de cocina, forrada de fieltro verde como el árbol, y así pudimos ampliar el número de figuritas.

Cuando nos cambiamos de casa, hace ya unos cuantos pares de años, compramos un árbol en condiciones, pero el Belén siguió siendo el mismo aunque con cambios de ubicación o decoración. De hecho, la colocación de los últimos años llamaba especialmente la atención a aquellos que llegaban al salón, por el aire multicultural que tenía, como podéis ver aquí abajo. Pero la tradición de montarlo el 8 de diciembre seguía más o menos invariable.



Este año, mi madre sentenció que los adornos se iban a poner el 24 de diciembre. ¿Cómo? Y, lo más importante, ¿por qué? ‘Porque tengo que limpiarle el polvo menos días al abeto y a las figuritas’, determinó. Pero ahí no acaba la masacre de tradiciones. Cuando mi padre sugirió que lo montáramos todo un domingo, antes de Nochebuena, mi madre aceptó, pero resolvió que este año no se ponía el Belén. ¿Cómo? Y, lo más importante, ¿por qué? ‘Porque, claro, ahí, con el teléfono nuevo… y, además, que el polvo…’, dijo mi madre. Resumido: ‘Que no, y punto’.

Desde entonces, me estoy quejando (a sus espaldas, claro) de este ataque contra una de las costumbres que más me gustan. Como contrapartida, yo estoy comenzando otra tradición para estas fechas: hacer tiramisú navideño (es igual que el de toda la vida, sólo que, como lo prepara en estas fiestas, pues lo llamo así). Llevo dos años haciéndolo y no estoy muy segura de cuánto tiempo tiene que pasar para que una tradición sea llamada como tal, pero para mí es suficiente. Tengo que compensar la muerte de una tradición con el nacimiento de otra, ¿no?



El otro día, sin venir a cuento, mi madre empieza a contarme que no sé cuando tiene que hacer no sé qué y, de camino, pasa por no sé donde,… En resumen: que ha visto un Belén pequeñito que le ha encantando y que va a comprar, por eso no se ha puesto este año el nuestro.

Hoy ha llegado mi madre con la caja, diciendo que es un regalo para ella, para que mi hermana no cotillease en la bolsa. Después de montar “su regalo”, nos ha avisado para que fuéramos al salón a verlo. Es un ángel, con las alas abiertas, que tiene en el regazo a los tres Reyes Magos, la Virgen, San José y el Niño Jesús. ‘Es muy bonito, pero el nuestro me gusta más, porque es el Belén de mi infancia’, pienso, sin decirlo en voz alta, para no herir los sentimientos de mi madre. ‘A mí me gusta más el de antes’, sentencia mi hermana, que es mucho más espontánea que yo. ‘Pero es que éste es más fácil para quitarle el polvo’, añado medio en broma, medio en serio.



En cuanto a tradiciones, como decía Julio Iglesias: “Unos que nacen, otros morirán,… La vida sigue igual”.

¡¡Felices Fiestas!!

lunes, 21 de diciembre de 2009

Sinfonía de una mañana de lunes nevado

“No voy a despertarme porque salga el sol...”: Mi móvil empieza a sonar con la canción de Fito. Ya es hora de levantarme.

Brrrrfff: Qué frío hace. Pero… ¡si ha nevado! 



Clink: Un café calentito, recién salido del microondas, para empezar el día.

Clamp: Sin olvidar la rebanada de pan que acaba de hacer un doble salto mortal desde la tostadora.

Pim pim: Enciendo el aire acondicionado y lo pongo a 26 grados para estar calentita mientras me visto. Tendré que ponerme varias capas de ropa para aguantar el frío que me espera fuera.

Crunch, crunch, crunch: Oigo cómo cruje la nieve bajo mis pies.

Plic, clic: Y siento cómo me caen las gotas de lluvia en la cabeza... Menos mal que llevo el paraguas en el bolso.

Ploc, ploc: Mucho mejor así.

Crunch… Crunch…: Hay que andar con cuidado para no caerse.

Zoufff…Uy…: Casi me resbalo.

Ti nini nini tini titi: Menos mal que tengo el móvil a mano.

Brum, brum: Se acerca el autobús. Creo que voy a cogerlo porque caminar por la calle hoy es un poco complicado.

¡Ouch!: Me he confundido de autobús. Esto me pasa por no fijarme bien en el número.

Tiki, tiki: Otro viaje de metrobus por mi despiste.

“Próxima parada: Camino de Vinateros. Parada común de líneas…”: Muy útil que te vayan diciendo las paradas en el autobús. Pero, ¿no podían haber puesto otra voz que la de Loquendo? Me recuerda a los vídeos de YouTube.

“I wanna run away… Y sobre campana una…”. Vaya mezcla musical más rara que tienen en el hipermercado.

“Próxima estación: Vinateros”: La vuelta a casa mejor la hago Metro, por si me vuelvo a confundir.

Jajajaja: Una madre y sus hijas se ríen y juegan al “Veo, veo” en el vagón.

Ding, dong: Ya estoy en casa. ¡Qué ganas de quitarme estos calcetines húmedos!

Clac, clac, clac: Aporreo el teclado de mi ordenador.

Clic: Pincho con el ratón sobre el botón de ‘Publicar entrada’.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Al final, lo encontraron...

El otro día desayunaba tranquilamente, con mis vacaciones recién estrenadas, mientras veía el telediario. Una de esas noticias me despertó de repente. No era una crisis diplomática, ni una acalorada discusión en el Congreso, ni unos malos datos económicos. Digamos que era un reportaje de interés noticioso medio, pero que me llamó poderosamente la atención, tanto por lo curioso del hecho como por el halo mágico que tenía.

Unas obras en el centro de Madrid (¡cómo no!) sacaron a la luz una caja de plomo que estaba escondida en el pedestal original de la estatua de Cervantes, en la Plaza de Cervantes. Sin titubear, el periodista determinó que era una cápsula del tiempo. Cuando oí ese término, no pude evitar una sonrisa de incredulidad. Me sonaba a una mezcla de juego infantil para los días de verano con escenas de película de ciencia ficción. Además, si aún no saben lo que hay dentro, ¿por qué están tan seguros de que es una cápsula del tiempo?

Precisamente me vino a la mente la página de un libro de actividades que tenía cuando era pequeña, donde te explicaban cómo hacer una de estas cajas con recuerdos para el futuro. Recuerdo que en aquel momento pensé lo mismo que pienso ahora: “¡Vaya tontería! No voy a dejar enterrados objetos que me gustan ni recuerdos valiosos para mí cuando es bastante probable que la gente del futuro ya sepa cómo vivimos en esta época, gracias a los libros, periódicos, vídeos,…”. Algo parecido había visto unos días atrás en ¡Qué vida más triste! (aunque más exagerado, claro).

A pesar de mi escepticismo, parece que la costumbre de dejar pequeños legados es una actividad que comenzó en la Edad Antigua, aunque el término “cápsula del tiempo” se acuñó posteriormente, ya en el siglo XX. Supongo que el deseo de sobrevivir más allá del tiempo es un anhelo común a todos los humanos en todas las épocas. De una manera más humilde, sin pretensiones de que la humanidad conozca cómo se vivía en una determina etapa de la Historia, también puede servir para rememorar momentos especiales de nuestra vida, a través de objetos con valor sentimental para nosotros. Claro, si estás dispuesto a dejarlos escondidos en una caja a merced del tiempo y/o de los amigos de lo ajeno.

Días después del descubrimiento de la cápsula del tiempo de Cervantes, volví a escuchar otra noticia sobre lo que había en el interior de la caja. Efectivamente no se habían confundido bautizándola como “cápsula del tiempo” pues dentro del cofre de plomo había cuatro tomos de El Quijote del año 1819, un ejemplar del Estatuto Real de 1834, un libro sobre la vida de Cervantes, monedas de la época, láminas con retratos de Isabel II y Manuel Martínez Varela, varias ediciones de La Gaceta de Madrid, varios libros y un manuscrito más deteriorado. Por lo que se ve, el autor de este salto histórico al pasado no lo hizo a la ligera. Todos los objetos se conservan en muy buen estado gracias al sellado de la caja y a una especie de insecticida con el que impregnó los documentos.

A pesar de mi escepticismo inicial y de que la Historia no es precisamente mi pasión, me alegró mucho conocer el contenido de la cápsula, saber que todo estaba perfectamente conservado y que, además, era documentos muy interesantes y válidos para el estudio de otras épocas pasadas. Eso sí, esto no me anima a que yo haga mi propia cápsula…

Parece que tenían razón los que decían que Gallardón estaba levantando Madrid con las obras para desenterrar un tesoro escondido. Al final, lo encontraron…

viernes, 18 de diciembre de 2009

El café con sacarina, por favor

Estoy empezando a plantearme seriamente cambiar una de las frases hechas más típicas para cerrar una discusión, ésa de “para gustos, los colores”. ¿No sería mucho mejor decir “para gustos, los turrones”?

Esta duda existencial me asaltó al ver la exagerada variedad de estos productos, colocados a ambos lados de un pasillo entero de un supermercado. Turrón duro, blando, de chocolate, de yema tostada, de Conguitos, de arroz con leche, de yogu-fresa (no se partieron mucho la cabeza con este nombre…), de chocolate y almendras, de guirlache,… Sin olvidar las estanterías de enfrente, con los polvorones, mazapanes, roscos, alfajores, bolitas de coco, mantecados,…

La diversidad de dulces navideños no es preocupante en sí. Más bien es curiosa: ver a una persona frente a las estanterías del supermercado con dos turrones en la mano, con cara de “¿Mi cuñada odiaba a muerte el turrón duro o era el blando?”. O a esa otra que, mientras mete una caja más de polvorones en el carrito de la compra, piensa: “¿Será suficiente con los cinco paquetes de mantecados y los ochos tipos distintos de turrones para los cuatro que cenaremos en Nochebuena?”.

Esto último es lo realmente alarmante. En primer lugar, hay que tener en cuenta que estos productos sólo se consumen una vez al año durante un período escaso de un mes, más o menos; es decir, hay que tomárselos deprisa para que no sobren en febrero. Además, solemos ingerirlos después de haber comido un copioso aperitivo, un gran primer plato, un abundante segundo y un recargado postre, todo ello regado con varias copas de vino y cava. Y por último, nos los suelen presentar en una bandeja que va inevitablemente unida a los brazos de un familiar que te dice: “Coge un par de ellos, que están muy buenos”.

Por tanto, ya sabemos de antemano (y año tras año) que vamos a comer muchos alimentos altos en grasas y azúcares en poco tiempo y que, con bastante probabilidad, nos llenarán el estómago y nos engordarán.

Bien, dado que conocemos las consecuencias de todo esto, ¿por qué sigo oyendo, al final de alguna comida navideña, la frase de “El café con sacarina, por favor”? Y no me digas que lo prefieres así por el sabor…

lunes, 14 de diciembre de 2009

Agárrense los machos

Buenas noticias: superamos el día 11 (incluso antes de lo previsto).
Malas noticias: muchas de mis neuronas han muerto en acto de servicio. Descansen en paz.

La combinación de ambos hechos es bastante perjudicial para los cuatro gatos que me leen (fieles, sí, pero cuatro): más tiempo libre para escribir pero menos capacidad creativa a causa del desgaste mental de las últimas semanas. Además, prometí que, cuando sobrepasara la barrera del 11-D (la “D” es de “Dios-mío-qué-ganas-de-que-llegue-este-día”), iba a postear con más asiduidad. Esto no quiere decir que lo haga con más calidad... Yo aviso...

Se acercan las Navidades y eso dará pie a muchos temas: los nostálgicos, los críticos, los infantiles, los tradicionales,… También podré hablar de mis aventuras y desventuras de estos días de fiesta: comidas familiares, películas clásicas (con sofá y manta incluidas, por supuesto), tareas pendientes (de esas de “qué pereza me da...”), tesis doctorales sobre los regalos navideños y otras actividades que irán surgiendo para aprovechar el tiempo libre o para matar los ratos vacíos, según se mire.

En definitiva: temática apasionante, candente actualidad y uso magistral de la lengua. Agárrense los machos. Vuelvo a la carga.

P.D: Para muestra, un botón: cómo hacer un post en el que no se dice absolutamente nada interesante.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Nada que declarar

Es difícil empezar a escribir cuando no tienes nada interesante que contar (bueno, corrijo: cuando no tienes NADA que contar). Pero, tras darme cuenta de que llevo unos quince días sin publicar ningún post, he decido que ya era hora de regar un poco mi cactus-blog, aunque sólo sea pan para hoy y hambre para mañana.

Mi vida en las últimas semanas se resume en dos palabras: ‘trabajo’ y ‘más trabajo’. Nuestra meta es llegar al día 11 con la última entrega terminada y con una salud mental y física más o menos estable. Sinceramente, creo que será más probable que consigamos lo primero que lo segundo. En estos quince días (y los que te rondaré, morena), he pasado por todos los estadios anímicos posibles, desde el paralizante agobio y la risa tonta, hasta el pesimismo absoluto y el pasotismo pacífico.

Entre medias de todos estos cambios de humor sin previo aviso, no hay mucho más que contar: un monólogo y cena en buena compañía, la anécdota de qué hacen un francés y un italiano en una oficina con tres españolas, una escapadita a Barcelona para ver a mis niñas (dos más pequeñas y otra más crecidita) y una tarde entera buscando el vivero perdido. Ya os lo advertí: no tengo una vida interesante.

A la espera de que me llame Brad Pitt (me dijo que iba a dejar a Angelina para fugarnos los dos juntos a dar rienda suelta a nuestra pasión… y aquí estoy, compuesta y sin novio…), me quedan todavía cinco días de trabajo que me absorberán completamente el tiempo. Si sobrevivo, prometo escribir todos esos post que tengo esbozados en mi cabeza.

Deseadnos suerte.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Crónica de una chica de pie

La verticalidad de la postura que me vi obligada a adoptar en los últimos días, me permitió vivir desde el otro lado uno de los eventos del mundo digital más importantes de nuestro país y que mis compañeras y yo esperábamos con mucha esperanza: Ficod 09.

La tercera edición de la Feria Internacional de Contenidos Digitales se presentaba como una oportunidad de respirar una buena cantidad de ideas, formatos, puntos de vista y experiencias de todo este mundo ligado a la red. Al menos, esa era la impresión que me transmitían mis amigas-compañeras a raíz de su visita en la edición anterior. Perdonad que no hable en este caso en primera persona, pero el año pasado tuve que compatibilizar mi visita al Palacio de Congresos de Madrid con un curso de sonido, por lo que no pude disfrutar plenamente de las conferencias, mesas redondas y talleres que tuvieron lugar. Por eso, este año me tocaba poner a prueba a Ficod y ver si era capaz de ofrecerme la experiencia digital que hacía brillar los ojos de mis amigas-compañeras.

Pero no pudo ser… Causas de fuerza mayor me impidieron disfrutar del evento como yo hubiera querido, aunque sí me permitieron ver la otra cara de este tipo de acontecimiento. Durante tres días, estuve con nuestra cámara Pepita en uno de los stands informativos-publicitarios (elegid el adjetivo que queráis), grabando a todas aquellas personas que tuvieran una idea o un proyecto innovador y estuvieran buscando apoyos o financiación.

De pie, ya fuera al lado de la cámara o junto a la mesa de los folletos, vi gente. Mucha gente. Especialmente me gustó ver la variedad de personas que iban y venían a las conferencias: encorbatados, fotógrafos y cámaras, jóvenes con vaqueros y Converses, mujeres con modelitos y tacones imposibles, grupos de estudiantes, alguna que otra persona mayor recolectora de productos de promoción,… Incluso pude reconocer más de una cara conocida por el pasillo principal del Palacio de Congresos, para alegrarme el día.

Pero, sobre todo, lo que más vi fue tecnología: mucho i-phone, mucho netbook (con Wifi, of course), mucho móvil táctil, mucho i-pod y mucha cámara digital. Eso sí: justo delante de nuestro stand permanecía invariable la estantería de tipo Ikea con periódicos en papel que, al final de la jornada, siempre acaba prácticamente vacía. Por lo que se ve, aún queda hueco para la letra impresa… al menos si es gratis.

Además, el trabajo concreto que me tocó desarrollar me permitió conocer brevemente a muchas personas y sus proyectos. Salvo un par de ideas realmente llamativas e innovadoras, el resto se resumía en “darle una vuelta” a algo ya existente: hacerlo más accesible en espacio y tiempo, más sencillo de utilizar, más plural, más interconectado o más útil. Ya que no se puede luchar contra el "nihil novum sub sole", al menos vamos a maquillarlo un poco para que parezca más atractivo.

Aunque fuera sólo de pasada, también pude conocer cómo es el trabajo de las azafatas de los stands. Un pequeño briefing sobre el discurso que tienen que soltar a los curiosos que se acerquen a la mesita de información y ya las lanzan a los pasillos del congreso en cuestión. El resto de la información la van aprendiendo sobre la marcha, a raíz de las dudas que va planteando la gente y que ni siquiera los propios responsables del stand saben responder sin dar un pequeño rodeo oratorio. Entre explicación y explicación, entrega de chapas y folletos. En los ratos muertos, conversaciones triviales con la confianza que otorgan ocho horas codo con codo. Y todo, con una sonrisa, no por que lo exijan los encargados, sino porque sale solo, sobre todo si quien se acerca a pedir una simple chapa viene con amabilidad en la mirada.

En los tres días, sólo pude asistir a la inauguración oficial del evento, a los minutos finales de un taller de un medio digital y a una entrega de premios en la que sentimos que la esquinita superior izquierda de uno de esos galardones era también nuestra. Me daba una gran envidia sana ver el programa de actos con mis amigas-compañeras durante la comida, mientras repetía: ‘Ésta charla tiene buena pinta’. Una de esas “espinitas” que más me dolió fue una charla sobre periodismo digital, con varios profesionales a los que tenía ganas de poner cara y voz. Me consuela saber que alguien la disfrutó y la aprovechó mucho (¡olé tus ovarios, Blanca!).

Este año, el Ficod ha sido mejor que el anterior. Lo supe cuando recogí mi acreditación, con su correspondiente bolsa de bienvenida y vi los regalos promocionales. Lo en la presentación oficial, de boca del mismísimo ministro de Industria, Turismo y Comercio (Sebas para los amigos). Y lo leo ahora en los medios digitales, que hacen balance de las visitas y de la calidad de las conferencias, talleres y mesas redondas.

A la espera de la próxima edición de la Feria de Contenidos Digitales, intentaré hacer honor al término “blogger” e, incluso, abrirme una cuenta de Twitter. Dentro de unos 365 días, espero poder disfrutar sentada del Ficod 2010.

viernes, 13 de noviembre de 2009

De perdidos al río

Todo comenzó como una inocente propuesta para pasar un día tranquilamente en la sierra, a principios del mes de octubre, con un simple correo electrónico. En poco tiempo, la proposición pasó a alargarse un fin de semana entero, casa incluida. Un par de respuestas negativas después y se cambió de fecha otros siete días más tarde. Ahora ya había un coche con el que llegar a la casa, pero no había gente. Se pospuso de nuevo. A pocos días de la nueva fecha, un amago de cancelación de planes se cernía sobre nuestras bandejas de entradas. Pero al final, enarbolando la bandera con el lema “de perdidos al río”, seguimos a delante con las personas imprescindibles: la que propuso la idea, la que ponía la casa y la que ponía el coche.

Viernes.
Tras comprar las provisiones imprescindibles para la cena y los desayunos de los días que estaríamos fuera y recoger a todas las participantes de la escapadita, pusimos rumbo a Guadarrama, con dos copilotas de excepción para guiar a una conductora algo inexperta. Una vez allí, el frío de la sierra nos recibió en la puerta de la casa y no la abandonó en ningún momento, a pesar de los desvelados esfuerzos de la niña de la calefacción porque no tuviéramos los pies congelados.

Con los abrigos puestos, comenzamos una cena con las mejores croquetas de este pueblecito de la sierra y algo de los víveres que trajimos del Mercadona. Después, una partida a un Trivial con “preguntas-URSS”, que acabamos pronto gracias (o por culpa de) la vasta sabiduría de la niña de las fotos, que comía, jugaba y, en general, vivía con la cámara cerca para inmortalizar cada momento. Por último, un colchón por aquí, un par de mantas por allá y una noche de sueño para afrontar con fuerzas un día de turismo.




Sábado.
Bien entrada la mañana, nos fuimos despertando de manera gradual. Con el abrigo sobre el pijama, comprobamos con tristeza que el día era la antítesis total de lo que habíamos imaginado para ir de visita a El Escorial: ráfagas de aire, frío y una lluvia intermitente pero fuerte. Cambio de planes: iríamos a comprar más comida para las cenas de los próximos días, a la espera de que mejorase el tiempo. Por el camino, nuevo cambio de planes: haríamos una tarta para pasar la mañana.

Realmente, esta última idea nos salió rana cuando terminamos de preparar el pastel en apenas quince minutos (¿se me olvidó decir que la tarta era de esas que viene con todos los ingredientes preparados?) y quedaba por delante toda una mañana encerradas en casa. Así que hicimos lo típico en un día de lluvia: jugar a las cartas mientras picoteábamos guarrerías antes de preparar una pizza precocinada.

No os preocupéis. Esta historia tiene un final feliz: no morimos por un subidón hipercalórico y el tiempo mejoró ligeramente como para llegar en coche a El Escorial. Cuando digo “ligeramente”, quiero decir que desde que salimos de Guadarrama hasta que llegamos a nuestro destino, no llovió. Allí, el agua nos dio cierta tregua, justo para ver el monasterio (por fuera, porque íbamos en plan pobre y no queríamos pagar entrada) y dar un tranquilo paseo por los alrededores. Después, una cortina de agua nos obligó a volver al coche a marchas forzadas.

Una vez en casa, pegadas al calefactor, cenamos los bocadillos que habíamos preparado inicialmente para comer fuera por la mañana. Como final de esta jornada, una partida de Scattergories en el sofá, con las mantas sobre las piernas, que volvió a ganar la niña de las fotos.

Domingo.
El refrán “a quién madruga, Dios le ayuda” tomó significado el último día de nuestra escapada. Al parecer, el esfuerzo de levantarnos pronto se vio recompensado con un tiempo relativamente mejor que el del día anterior: al menos, ya no llovía.

Con unos bocadillos para la excursión, nos montamos en el coche con la intención de pasar el día en Segovia. El camino fue más largo de lo planeado debido a un pequeño error de cálculo con las carreteras y a la avanzada edad de nuestro medio de transporte que dificultó la subida por el paso del Alto del León. Además, una vez en la capital del cochinillo asado, los carteles del supuesto “centro histórico” nos hicieron aparcar más o menos cerca de Valladolid.

A pesar del frío y de las ráfagas de viento, pasamos una buena mañana en Segovia, viendo el acueducto, la catedral y el Alcázar (todo desde fuera, por supuesto). Y, precisamente por ese “agradable” paseo, la mejor parte de la visita fue el café caliente que tomamos sentadas y refugiadas en una cafetería que estaba en el camino de vuelta al coche.

La vuelta a casa fue mucho más fácil para nuestro querido cuarto compañero de viaje: mi coche. Esta vez nos estiramos un poco más y decidimos pagar los tres euros y pico del peaje para que el viaje de regreso no fuera tan angustioso, sobre todo para la niña de la dirección insistida. Como última parada turística, una visita rápida al embalse de La Jarosa para hacer (más) fotos mientras comíamos las últimas chucherías que nos quedaban.

Una vez bajo techo, la niña de la calefacción tuvo una de las mejores ideas del fin de semana: sacar el parchís de Los Simpsons. Nos reímos, hicimos fotos, pensamos estrategias de ataque con nuestras fichas, clamamos venganza cuando nos comían una,… Pero todo eso quedó en nada cuando dimos la vuelta al tablero y vimos la posibilidad de jugar con seis fichas, es decir, a dos por persona. Las carcajadas, los despistes, sacar tres seis seguidos, los bloqueos, continuar con las estrategias, hacer pactos y tirar los dados por el suelo alargó la velada hasta bien entrada la noche (y eso que tuvimos que parar para cenar).




Al día siguiente, maletas y desconexión de la caldera: las clases en la universidad de Alcalá no dieron tregua a la niña de la calefacción y nos volvimos a casa. Evidentemente, durante el camino, más fotos y más risas.

Gracias por esta escapadita “from lost to the river” (o “de perdidos al río” para los que no sepáis inglés)

P.D: Si alguna de las niñas aludidas en estas líneas lee este post, siento la tardanza en publicarlo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Espíritu de niña

Para los que no me conozcan, os diré que soy más infantil que un capítulo de los Teletubbies. Por tanto, este mes y medio anterior a la Navidad es una de las mejores épocas del año para mí, incluso mejor que el mañana siguiente a la visita de Papá Noel y/o los Reyes Magos. Teniendo en cuenta que a mis veintipocos años muy bien llevados (apenas se me notan las arrugas… salvo las de la camisa, claro) no tengo edad para pedir juguetes, poder ver las últimas novedades en materia de ocio infantil, significa una entrada de primera fila para la Pasarela Cibeles de los juguetes.

Me encantan los catálogos que dejan en el buzón. Esta tarde ya he cogido el primero de la temporada y lo he hojeado un par de veces, casi con la misma ilusión que lo hacía unos años atrás. Éste, concretamente, viene con pegatinas ‘Me lo pido’ para que los niños las pongan al lado de los juguetes que más les gustan y son candidatos a entrar en La Carta. Aunque esto sea un producto más de nuestra sociedad de consumo (especialmente preocupante si tenemos en cuenta que vienen 30 etiquetas adhesivas en un sólo folleto), me encanta la idea, como si tuviera cinco tiernas primaveras.

Eso sí. Yo tengo mis preferencias en cuanto a catálogos. Dado que mis padres trabajan en unos grandes almacenes, como suelen llamarlos en la televisión, siempre han traído a casa El Catálogo de Juguetes, es decir, un libro casi tan gordo como medio diccionario, con todos los muñecos, juegos, peluches, coches, videojuegos, bicicletas, disfraces, películas y entretenimientos varios que hay. Y, como las buenas tradiciones, se mantiene hasta hoy: todos los años, doy saltos de alegría cuando mi padre vuelve de trabajar con El Catálogo en las manos. Es más, me encanta hojearlo con mi hermana y ver qué juguetes nos pediríamos este año, si aún fuéramos al colegio.

¡Ojo! A pesar de mi entusiasmo con los muñecos, los juegos de mesa, el merchandising de la última película o serie de la factoría Disney y demás artilugios para los niños, reconozco que más de dos horas de anuncios de juguetes en la televisión (especialmente los sábados y domingos por la mañana) pueden resultar perjudiciales para la salud. Lo he comprobado: una hora es aceptable e, incluso, divertido; pero a partir de la segunda, los sesos se empiezan a derretir. Os lo digo para que no intentéis hacer esto en casa sin la supervisión de un adulto.

En dosis moderadas, esta publicidad pre-navideña es una de mis pequeños vicios inconfesables de las mañanas de mi fin de semana. Recién levantada, con mi café con leche y mi bata sobre los hombros con aires de Super-chacha, me encantar sentarme en el sofá y ver anuncios de juguetes nuevos y antiguos. A menudo, suelo compararlos mentalmente con los que se emitían cuando yo era mozuela. Algunos no han cambiado en nada: ni el artilugio en cuestión, ni el niño o niña que lo maneja. Otros te hacen llevarte las manos a la cabeza al pensar, por ejemplo, qué generación de mujeres nos depara el futuro si las niñas de hoy sueñan con tener una muñeca con una minifalda y un grosor de labios que deja serias dudas sobre su estilo de vida. ¡Qué Santa Claus nos pille confesados!

No puedo evitar reírme de los nombres de algunos muñecos, imaginando a los creativos de la compañía de juguetes de turno.
- “Puf. ¿Qué nombre le ponemos a la muñeca ésta?”
- “¿Qué hace?”
- “Nada, lo que hacen todas”.
- “¿Qué es? ¿Un bebé? ¿Pequeñito? ¿Y niña? Pues pongámosle ‘Mi bebecita bonita’ y vayámonos a tomar un café ya.”

Voy a abstenerme de hacer comentarios sobre un muñeco que se llama ‘Chou Chou’ porque estamos en horario infantil. 

Pero, volviendo a la realidad que marca mi fecha de nacimiento en mi D.N.I., pienso en lo divertido que sería pasar una tarde con alguna de mis primitas jugando con esos juguetes, participando de lleno en la historia que su imaginación infantil va creando sobre la marcha, tocando esos pedazos de plástico que tantos buenos ratos me dieron cuando era pequeña.

Por nostalgia, por influencia de la sociedad de consumo o porque soy (y espero seguir siendo) una niña encerrada en un cuerpo de veintipocos años muy bien conservado, sigo doblando la esquina de la página del catálogo donde está el juguete que más me gustaría encontrar bajo el árbol de Navidad del salón de mi casa.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Autodidacta

Desde que terminé la carrera, he sentido la necesidad de seguir formándome, ya sea para intentar mejorar el trabajo que hago o por llenar horas muertas de mis tardes en casa. Esto me ha llevado a establecer una teoría: para formarse, además de las innegables ganas de aprender, hacen falta dinero y/o tiempo. El estado ideal sería invertir todo tu tiempo en estudiar y practicar, sin preocuparte del dinero necesario para vivir y pagar esas clases, libros o materiales.

Dado que el dinero no me sobra y el tiempo tampoco, he preferido sacar ratos libres de debajo de las piedras y optar por la vía autodidacta. Al principio era un poco reacia a aprender sin profesor ni horarios, principalmente porque no soy la constancia personificada. Pero cuando los cursos de los programas informáticos que te gustan cuestan tan caros y son necesarias tantas horas, incompatibles con un trabajo por cuenta propia, la idea de ser profesora y alumna al mismo tiempo cobra cada vez más fuerza.

Después de bichear con el Avid, trastear con el Adobe Audition y con el ProTools y quemarme los dedos con los focos, ha llegado el momento de cacharrear con el Adobe After Effects. Cuando descubrí que algunas animaciones, determinados efectos de vídeo y cabeceras que me gustaban, estaban hechas con este software, mi interés comenzó tímidamente a despertarse.

Después de un curso rápido y barato de iniciación, me quedé con la miel en los labios al ver todas las posibilidades que me ofrecía y de las cuales podía aprovecharme para mejorar mi trabajo. Así que decidí buscar tutoriales por Internet, resolver mis dudas en los foros, practicar los ejercicios que vienen en los libros de la biblioteca y aprender con el método de “ensayo y error” en el ordenador de mi casa.

Con estos “profesores”, intentaré conseguir mi reto: lograr vídeos que sean lo más parecidos a estos (al margen de su temática, que ya os veo venir...).





Sí, ya sé que, para empezar, me quedan un poco grandes. Pero eso me recuerda una frase que leí en una ocasión y que, gracias a Internet, he conseguido rescatar:

Hay que tener sueños suficientemente grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen (William Faulkner).

lunes, 2 de noviembre de 2009

Cómo nos gusta criticar

Como buena española que soy, me gusta más la fiesta y el cachondeo que a un tonto un lápiz rojo. Por eso, este fin de semana, me planté un gorro de bruja y un vestido negro y salí a reírme y a bailar con la excusa de que era Halloween.

Eso sí, haciendo honor a mi raza hispana, no puedo evitar que la crítica (más mordaz que constructiva) corra por mis venas como los glóbulos rojos de ‘Érase una vez…la vida’. Así que, siguiendo la tradición de criticar en otros aquello que nosotros mismos hemos hecho o vamos a hacer, también me toca censurar la celebración de una tradición importada de la superpotencia americana.

Yo no celebro el Día de Todos los Santos a la manera española, llevando flores a las tumbas de mis difuntos. Creo que a ellos les da igual que les lleve o no una corona que se va a marchitar dos días después y por la que me va a cobrar lo que pide San Pedro por entrar al cielo. Yo les llevo en mi recuerdo que es una manera de honrarlos mucho más sentida y menos hipócrita que las rosas más lozanas del camposanto. Por eso mismo, aprovecho para pediros que, el día que me queméis o me echéis tierra (eso lo dejo a vuestra elección, para que me deis una sorpresa), os gastéis el dinero de las flores en una donación a una ONG y en tomaros unas cañas a mi salud.

A pesar de mis convicciones con respecto al día uno de noviembre, no me gusta la idea de pasar la víspera del Día de los Difuntos dando o recibiendo sustos, entre demonios, brujas, zombies y seres indefinidos (véase aquellas personas con ropa negra y/o roja y maquillaje blanquecino que no se sabe muy bien de qué van disfrazadas). ¿Por qué tenemos que importar una tradición que es tan opuesta a la que impera aquí? Bien, creo que la respuesta está claro: genera dinero. Desde la venta de calabazas, pasando por el alquiler o compra de disfraces, hasta llegar a las salas de fiestas y discotecas, consiguen un incremento extra de sus ingresos. Este año, la verdad, les habrá venido bien, dada la situación económica que nos toca vivir. Eso sí, no habrá sido gracias a mí porque mi disfraz era totalmente reciclado y el balance total de la noche no asciende a más de nueve euros (chocolate con churros incluido).

Si a esta “ventaja” le añadimos el hecho de poder quedarse toda la noche despiertos, en el caso de los niños, y poder quedarse despiertos y tener una excusa para beber y divertirse, en el caso de los mayores, ya tenemos el terreno perfecto para que Halloween se instale en nuestras vidas.

¿A alguien se le ha ocurrido importar el Día de Acción de Gracias? No, por favor. La idea de pasar un día con la familia, comiendo todos juntos, dando gracias por lo bueno de este año da más escalofríos que cualquier película de miedo. ¿Nadie ha caído en la cuenta de que Halloween es otro carnaval, sólo que en noviembre? Sí, claro. Pero a ver quién es el listo que se atreve a decirlo: mejor nos estamos calladitos que así tenemos dos pretextos para divertirnos en dos meses distintos.

En fin, por mucho que me queje, el año que viene los cuernos de demonio compartirán sitio con las coronas de flores de plástico en cualquier tienda de ‘Todo a 0,60’ que se precie. Pero, ¿y lo a gusto que se queda una después de semejante parrafada crítica?

P.D: Para tocar más los cojones (algo también muy español), publico el post el día 2 de noviembre y en mi horario laboral. ¡Toma!

jueves, 29 de octubre de 2009

Réquiem por una memoria USB

Hace una semana mi memoria USB se murió. Bueno, más bien se suicidó…

Todo ocurrió una apacible tarde de octubre. Estaba en mi casa, preparándome para terminar un trabajo pendiente en el portátil de mi empresa, junto a ELLA. Fui al salón, enchufé el ordenador a la red para no gastar batería y me dispuse a terminar mi tarea mientras veía ‘Flashforward’, sentada en el sofá.

La cogí con dulzura entre mis manos, le quité su capuchón de goma negra y la introduje en su correspondiente ranura, como quien deja a su hijo en la puerta del colegio para que entre a hacerse un hombre. De repente, en mi pantalla, se abrió una ventana de aviso que me preguntar si quería dar formato a mi unidad J. ¿Dar formato? ¿Para qué voy a querer dar formato a algo que ya es bueno, útil, perfecto en sí mismo? No, claro que no. Así que, directamente, cerré el cuadro de diálogo, sin ni siquiera pulsar el 'No'.

Yo no lo sabía pero, ahora, echando la vista atrás, entiendo que aquella advertencia sobre mi fondo de escritorio era una carta de suicidio: tanto si pulsaba el ‘Sí’ como el ‘No’, su destino ya estaba escrito.

No se abrió ninguna nueva ventana. El icono no aparecía en mi PC. Reinicié. Busqué. Ctrl + Alt + Supr. La saqué. Esperé un rato. Volví a meterla. Probé en otro ordenador… No podía recuperarla. Sólo veía esa desgarradora nota una y otra vez frente a mí.

Con los ojos empañados en adiós, pulse el ‘Sí’ y comenzó el formateo. En un momento, pasaron ante mí todos los momentos que compartimos juntas: horas de trabajo, algunos PDF’s, un organizado entramado de carpetas y subcarpetas, documentos de Word, las fotos de unas vacaciones no muy lejanas y algún que otro archivo más que mi mente no recuerda. Sus dos gigas de capacidad se proyectaron en mi cabeza como una película de su vida y de parte de la mía.

Físicamente es ella, pero su espíritu, su mente, su memoria o llámalo como quieras, ya no está conmigo. Ahora tengo que volver a llenar sus gigas con mi tiempo, con mi esfuerzo, con mis horas frente al ordenador.

¿Por qué te fuiste? ¿No te trataba bien? Siempre te llevaba conmigo, en mi bolso, junto a otro pen drive y un antiguo MP3, cómodamente guardada en un monedero verde. Te sacaba todos los días y te llenaba de conocimiento, imágenes y música. A veces, incluso, te colgaba de la trabilla de mi pantalón para que no te sintieras sola.

Supongo que te llegó tu hora. Tenías que dejar tu hueco en este mundo para que otra alma ocupara tu capuchón de goma y también tuviera su oportunidad.

Estés donde estés, nunca te olvidaré.

01000001 01100100 01101001 11110011 01110011  ('Adiós', en código binario).

miércoles, 21 de octubre de 2009

Yo sobreviví a la UC3M.- Parafraseando a Nietzsche

Una vez hechas las presentaciones, es hora de cumplir con mis obligaciones de blogger. Hoy toca dejar mis impresiones y recuerdos como estudiante de la universidad Carlos III de Madrid, dentro de la semana temática que hemos organizado. Desde el lunes, mis compañeras en la blogosfera y sufridoras en la realidad universitaria han ido dejando sus recuerdos, críticas, momentos clave, rencores, frases míticas y demás bagaje emocional y psicológico de nuestra etapa estudiantil en cada uno de sus post. Y ahora es mi turno...

Pero yo voy a romper una lanza por la UC3M. Voy a mostraros ese lado positivo y bienintencionado de la universidad del "Homo homini sacra res".

Sí, habéis leído bien. La UC3M tiene una cara amable que siempre ha velado por nosotros. Sin ir más lejos, la asistencia obligatoria a clase no pretendía enclaustrarnos entre sus muros con objeto de hacernos sufrir tediosas asignaturas, no. Su única y sana intención era protegernos del petrificante frío y del aplastante calor que azotaba a otros pobres universitarios que se tiraban en el césped a pasar las horas lectivas. Además, el sistema educativo de la Carlos III nos cuida también de otro terrible peligro del mundo exterior: las manchas verdes del césped que se quedan en los pantalones de aquellos vagos y maleantes que se fuman las clases para tumbarse a la bartola. Ay, pobres almas perdidas...

También se malinterpreta esa maternal protección que ejercía sobre nosotros la Carlos III, ya que sus clases conseguían guiarnos al buen camino de la vida sana, en cuerpo y mente. La distribución del horario nos hacía alejarnos de la cafetería, para llevarnos amorosamente al ayuno sanador de las largas horas de trabajo. ¿Y qué me decís de esos profesores que daban sus cuatro horas de clase sin ningún descanso entre medias? Esos ilustres oradores sólo buscaban propiciar en nosotros el sueño reparador que proporciona escuchar, durante largos, eternos, infinitos minutos, definiciones y explicaciones dudosamente útiles para nuestra vida profesional.

No olvidemos tampoco su más importante aportación a nuestra formación: esas clases nos allanaban el camino a nuestra vida profesional. Sí, sí. Con tal de evitar esas clases éramos capaces de buscar cualquier trabajo, como explotados becarios o incluso como humildes vendedores de cualquier tienda con cartel de "Se busca ayudante", para huir de aquellas duras sillas de madera. Incluso, en el peor de los casos, fomentaban nuestra imaginación para idear una excusa que acallase nuestra conciencia por no ir a la facultad.

Muchos también os quejáis de las innumerables claves de reprografía que nos dejaban, sobre todo por tener gran cantidad de hojas fotocopiadas, aunque eso supusiera un despilfarro de papel. ¿No veis, queridos compañeros, la verdadera intención de aquellos folios en blanco y negro? Con ellos, los profesores nos daban un motivo por lo que luchar y alzar la voz: la defensa del cambio climático. Sin semejante atropello a la regla de las tres erres de la ecología, no podríais haber participado en el Blog Action Day.

¡Cómo olvidar sus desvelados intentos por fomentar nuestra capacidad creativa! A través de sus retorcidas personalidades y extraños comportamientos activaban nuestras mentes para buscar motes y apodos, a cada cual más imaginativo y acertado. El Señor Limón, la Maligna, el Tinky Winky o Rosa Sosa son sólo algunas de las perlas literarias que demuestran cómo es posible despertar las metáforas y las hipérboles en las jóvenes cabecitas de los estudiantes, sólo con un poco de sufrimiento académico.

Además, los profesores también tenían su lado amable y cariñoso. Sí, nos querían mucho y no querían que sufriéramos. Por eso, para volver a ver nuestros rostros una vez más, a la vez que nos facilitaban una vuelta gradual a la vida académica, nos suspendían el examen para reencontrarse con nosotros en septiembre. Incluso, algunos nos cogían tanto cariño que querían volver a tenernos cerca en otra convocatoria. ¿No es bonito?

Como veis, la UC3M es una gran familia que abraza y protege. Nos forma profesionalmente igual que se moldea el hierro: calentándole y dándole golpes por todas partes. De ella, salen promociones tan acostumbradas al sufrimiento que la vida laboral les parece un agradable paseo por un parque. De hecho, deberían cambiar su lema, parafraseando a Nietzsche: "UC3M: si no conseguimos matarte, te harás más fuerte".

P.D.: Ah, por cierto... Pretendía ser sarcástica...

domingo, 18 de octubre de 2009

Va por ustedes

Bueno, aquí estoy. Finalmente vuestras “sugerencias” (ya sea por vía subliminal, liminal o supraliminal) han dado sus frutos y he acabado haciéndome un blog.

Para aquellos que no me conozcan, empezaré esta anécdota como todas las buenas historias que se precien: por el principio.

Hace más de tres meses, una amiga de la universidad se abrió un blog para reflejar las vivencias y pensamientos de su nueva situación académico-laboral, después de cerrar otra etapa académico-laboral en el extranjero, que se produjo tras otra etapa académico-laboral muy fructífera, en cuanto a anécdotas y posts se refiere. A lo tonto, me he plantado en enero de 2008…

Hagamos un flashforward y detengámonos unos diez meses más adelante, una noche en la que el futuro de EE.UU. se decidía a golpe de papeleta y chapas electorales. En aquel momento, otro acontecimiento marcaba la historia de la humanidad con el nacimiento del blog de otra amiga, compañera de mesa en el trabajo y socia desde que un notario lo firmó así. Sin saberlo (de hecho, sin saber nada), empezó a llenar huecos muertos de tardes aburridas de un puñado de lectores internautas.

Pero como a mí nunca me gustó especialmente el frío, vayamos hasta las calurosas temperaturas de agosto de este año, donde comenzó a germinar el blog de otra amiga, compañera de mesa en el trabajo (en el lado contrario) y socia desde que un notario lo firmó así. Desde entonces, de ocho a ocho y media, esperamos; de ocho y media a nueve, trabajamos un poquito; y de nueve a ocho de la mañana del día siguiente, actualizamos el navegador página para leer qué se cuece en las redes sociales.

Desde entonces hasta ahora, los meses y los posts fueron pasando.

Pero, hace unos tres o cuatro días, comenzó una campaña para arrastrarme a las redes de los blogs, posts, links y demás anglicismos. Al estilo Obama con su “Yes, we can”, había un lema que resumía el objetivo de su misión: “Hazte un blog”.

Y, como habréis deducido, acabé cediendo…

¿Qué vais a encontrar aquí? Ay, hija, si yo lo supiera… No soy lista, ni rica, ni guapa. No tengo una vida interesante, ni tengo grandes pensamientos, ni digo frases dignas de recordar. Y, por si fuera poco, el tiempo libre y el humor inteligente no abundan en mi vida cotidiana. Supongo que encontraré algo sobre lo que hablar. Pero no digáis que no os lo advertí…

Para cerrar este primer post, quería dirigirme a las jefas de esta campaña bloggera. Ya sea por no tener que volver a escucharos con la misma cantinela, por la confianza que habéis depositado en mí, porque estáis a punto de sobrepasar la línea entre “ser persistentes” y “ser pesadas” o porque disfruto con vuestras palabras en la Red, os dedico esta entrada. Va por ustedes.