Hay que hablar. Anunciar cualquier hecho, relevante o absurdo, que se haya producido en el día. Decir los planes para el futuro, da igual si son a corto o largo plazo. Opinar sobre los temas que se dominan y también sobre aquellos de los que todo el mundo habla pero nadie conoce en profundidad. Hacerse eco de las noticias, importantes o banales, que aparezcan en los medios. Criticar o alabar la última palabra o movimiento del personaje público de turno. Expresar el estado de ánimo, con independencia de si la cara lo refleja o no.
Hay que compartir. Reenviar la última presentación de diapositivas de temática social o sentimental. Copiar y pegar ese acontecimiento curioso pero insustancial para la vida diaria. Comentar la situación cotidiana o noticia de alcance que otra persona haya lanzado. Participar en debates sin invitación ni moderador. Escribir a tiempo real lo que se ve o se oye en un determinado momento. Insertar ese fantástico vídeo, por su calidad técnica sin gracia o por su gracia sin calidad técnica.
Hay que mostrarse. Publicar una foto de primer plano para que se sepa a qué cara corresponde un nombre y apellido. Etiquetarse en las imágenes, sin importar qué se está haciendo en ellas o siquiera si se aparece físicamente o no. Permitir que la gente conozca lo que haces o dices. Dejar constancia, con imágenes en movimiento, de situaciones cotidianas llevadas al absurdo o de circunstancias artificiales creadas para despertar emociones.
Eso es lo que he aprendido después de tres días oyendo hablar sobre redes sociales, medios on-line, dispositivos táctiles 3G y contenidos virales. Visto así, Internet parece un lugar menos idóneo para una persona introvertida y, sin embargo, yo (máximo exponente de la timidez) me desenvuelvo en él con soltura.
Es lo que hay, con lo que he crecido y lo que me espera en el futuro. Cierto es que deben tomarse ciertas precauciones (intentar controlar quién ve tus fotos, considerar qué comentarios pones en determinadas redes, meditar bien el alcance que puede llegar a tener lo que subas a la Red,…) pero hay que tomar este tren, aunque vaya demasiado rápido, porque va hacia delante y no espera a nadie. Yo ya me he acomodado en uno de esos vagones: ahora soy una tímida 2.0.
Hay que compartir. Reenviar la última presentación de diapositivas de temática social o sentimental. Copiar y pegar ese acontecimiento curioso pero insustancial para la vida diaria. Comentar la situación cotidiana o noticia de alcance que otra persona haya lanzado. Participar en debates sin invitación ni moderador. Escribir a tiempo real lo que se ve o se oye en un determinado momento. Insertar ese fantástico vídeo, por su calidad técnica sin gracia o por su gracia sin calidad técnica.
Hay que mostrarse. Publicar una foto de primer plano para que se sepa a qué cara corresponde un nombre y apellido. Etiquetarse en las imágenes, sin importar qué se está haciendo en ellas o siquiera si se aparece físicamente o no. Permitir que la gente conozca lo que haces o dices. Dejar constancia, con imágenes en movimiento, de situaciones cotidianas llevadas al absurdo o de circunstancias artificiales creadas para despertar emociones.
Eso es lo que he aprendido después de tres días oyendo hablar sobre redes sociales, medios on-line, dispositivos táctiles 3G y contenidos virales. Visto así, Internet parece un lugar menos idóneo para una persona introvertida y, sin embargo, yo (máximo exponente de la timidez) me desenvuelvo en él con soltura.
Es lo que hay, con lo que he crecido y lo que me espera en el futuro. Cierto es que deben tomarse ciertas precauciones (intentar controlar quién ve tus fotos, considerar qué comentarios pones en determinadas redes, meditar bien el alcance que puede llegar a tener lo que subas a la Red,…) pero hay que tomar este tren, aunque vaya demasiado rápido, porque va hacia delante y no espera a nadie. Yo ya me he acomodado en uno de esos vagones: ahora soy una tímida 2.0.