No puedo pasar por alto esta fecha, a pesar de los dolorosos recuerdos que nos vienen a la cabeza. Pero evitaré ahondar más en la herida que, seis años después, aún pega latigazos de dolor con un simple roce.
Prefiero pensar en todas las innumerables personas que prestaron su ayuda en aquellos terribles momentos, que desterraron el miedo y lo cambiaron por el altruismo para socorrer heridos, quitar escombros, traer mantas o, simplemente, dar un abrazo a quien lloraba. Me acuerdo de aquella marea humana que recorrió algunas de las principales calles de Madrid para rechazar de lleno aquella puñalada en el corazón de todos los que vivimos en este país. Guardo en mi mente la imagen de Atocha repleta de muestras de apoyo, escritas con la improvisación que empuja al alma cuando está resquebrajada. Y aún conservo en mi bandeja de entrada algunos correos electrónicos de mis contactos en los que se alegraban de que todas las personas a las que querían estaban bien, si no se tiene en cuenta las lágrimas derramadas por otras historias que tuvieron un final con fundido a negro.
Sobre todo, me quedo con la fuerza que nos hace seguir hacia delante, a pesar de que no puedo evitar que se me empañen los ojos al redactar estas líneas.
En este intento por echar la vista atrás, sólo para tomar aliento y hacer que mis pasos (y nuestros pasos, si me lo permitís) sean más firmes y decididos que nunca, he rescatado una poesía que escribí en aquellas fechas. No podría deciros si es asonante o consonante, de arte mayor o menor, o, simplemente, buena o mala. De hecho, ni siquiera podría afirmar si se puede incluir dentro de la definición de “poema”. Pero, por si acaso Gabriel Celaya tuviera razón, aquí os dejo esta pequeña bala para que el dolor no sea sólo un sentimiento amargo, sino un estímulo para lograr que nunca más tengamos que sufrirlo.
Prefiero pensar en todas las innumerables personas que prestaron su ayuda en aquellos terribles momentos, que desterraron el miedo y lo cambiaron por el altruismo para socorrer heridos, quitar escombros, traer mantas o, simplemente, dar un abrazo a quien lloraba. Me acuerdo de aquella marea humana que recorrió algunas de las principales calles de Madrid para rechazar de lleno aquella puñalada en el corazón de todos los que vivimos en este país. Guardo en mi mente la imagen de Atocha repleta de muestras de apoyo, escritas con la improvisación que empuja al alma cuando está resquebrajada. Y aún conservo en mi bandeja de entrada algunos correos electrónicos de mis contactos en los que se alegraban de que todas las personas a las que querían estaban bien, si no se tiene en cuenta las lágrimas derramadas por otras historias que tuvieron un final con fundido a negro.
Sobre todo, me quedo con la fuerza que nos hace seguir hacia delante, a pesar de que no puedo evitar que se me empañen los ojos al redactar estas líneas.
En este intento por echar la vista atrás, sólo para tomar aliento y hacer que mis pasos (y nuestros pasos, si me lo permitís) sean más firmes y decididos que nunca, he rescatado una poesía que escribí en aquellas fechas. No podría deciros si es asonante o consonante, de arte mayor o menor, o, simplemente, buena o mala. De hecho, ni siquiera podría afirmar si se puede incluir dentro de la definición de “poema”. Pero, por si acaso Gabriel Celaya tuviera razón, aquí os dejo esta pequeña bala para que el dolor no sea sólo un sentimiento amargo, sino un estímulo para lograr que nunca más tengamos que sufrirlo.
CON M DE MARZO
Cristales y hierros retorcidos
que destellan en medio de la calma.
Punzadas que queman
atraviesan el alma.
Velas rojas,
bancos rojos,
caras rojas
sobre fondo gris.
Preguntas que no se dicen,
preguntas que se gritan,
preguntas que no se responden.
Soluciones sin venir.
El miedo acechando detrás
con la constante sospecha.
Esperar temiendo
el estallido
y más aún el temor
de lo cercano.
Pero no conseguirán callarnos.
Cuando las heridas cicatrizan,
la piel se hace más fuerte.
No lograrán amedrentarnos.
Si las manos permanecen unidas,
juntos, miraremos al frente.
Cristales y hierros retorcidos
que destellan en medio de la calma.
Punzadas que queman
atraviesan el alma.
Velas rojas,
bancos rojos,
caras rojas
sobre fondo gris.
Preguntas que no se dicen,
preguntas que se gritan,
preguntas que no se responden.
Soluciones sin venir.
El miedo acechando detrás
con la constante sospecha.
Esperar temiendo
el estallido
y más aún el temor
de lo cercano.
Pero no conseguirán callarnos.
Cuando las heridas cicatrizan,
la piel se hace más fuerte.
No lograrán amedrentarnos.
Si las manos permanecen unidas,
juntos, miraremos al frente.
Siento que la primera poesía que leo tuya esté inspirada en tal acontecimiento. Me ha 'gustado', como gusta lo 'triste-bonito'
ResponderEliminarUna entrada preciosa Irene, muy bonita. Poco se puede decir de lo que pasó, es algo que seguirá acompañándonos siempre y la mayor justicia que les podemos hacer a los que ya no están es no olvidarles, aunque no sepamos sus nombres.
ResponderEliminarSobre la poesía, salió de tu corazón, salió de tus sentimientos y gritó lo que querías decir. Eso está por encima de formalismos estéticos, asonancias o consonancias; y por ello es POESÍA.