Siempre he dicho que la escritura es mi mejor vía de comunicación, en todos los sentidos: para ordenar las ideas que burbujean en mi cabeza, para que mi memoria retenga los hechos o contenidos que debo recordar, para apaciguar los sentimientos que se entrechocan en esa zona indeterminada entre el nudo en la garganta y el que se forma en el estómago, para dejar constancia de aquellas situaciones que no me gustaría perder en el olvido,... Sin embargo, en los últimos meses, me he quedado totalmente sin palabras. Y digo esto no sólo como una metáfora para disculpar mi ausencia en el blog durante este tiempo, sino en el sentido más literal del término.
Nunca, o al menos en muy pocas ocasiones, me había quedado sin términos para describir una situación. Me enorgullecía pensar que era capaz de verbalizar emociones, hasta el punto de poder revivirlas, con más o menos éxito, al volver a leer el texto que escribí cuando las sentía. O que, haciendo y rehaciendo frases sentada frente al teclado de mi ordenador, era capaz de volcar mi alma en una hoja en blanco.
Sin embargo, ahora estoy viviendo una etapa de mi vida que ha desmontado completamente mi capacidad de expresión. En mi defensa, diré que no es culpa mía: hay una persona que me ha dejado completamente sin palabras. Ha secuestrado mi ingenio a punta de mirada. Ha desordenado mis estructuras a base de sonrisas. Ha diezmado mi vocabulario con las frases oportunas en los momentos apropiados. En definitiva, ha puesto mi mundo patas arriba simplemente con su forma de ser.
Me ha dejado completamente noqueada, hasta el punto de que me siento sumamente torpe escribiendo (y reescribiendo y volviendo a reescribir) estas líneas. No consigo darles la forma transparente, brillante y perfecta que se merecen. No soy capaz de transmitir ni la mitad de lo que pienso y de lo que siento. Pasan miles de frases por mi cabeza en estos momentos, pero las descarto todas antes de teclearlas siquiera porque no consiguen expresar el trasfondo que las motiva, demasiado grande, demasiado profundo, demasiado inabarcable para reducirlo a un sujeto y un predicado.
Los que me conocéis sabéis que, a pesar de que no he dicho nada claro en estos párrafos, estoy contando mucho más de lo que normalmente suelo expresar. Pero también intuiréis que me dejo mucho más en el tintero...
Si mi tambaleante sentido literario me deja, quiero reservar un poco de esa tinta para escribir una última palabra. GRACIAS por hacerme sonreír como nunca antes lo había hecho.
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