Para los que no me conozcan, os diré que soy más infantil que un capítulo de los Teletubbies. Por tanto, este mes y medio anterior a la Navidad es una de las mejores épocas del año para mí, incluso mejor que el mañana siguiente a la visita de Papá Noel y/o los Reyes Magos. Teniendo en cuenta que a mis veintipocos años muy bien llevados (apenas se me notan las arrugas… salvo las de la camisa, claro) no tengo edad para pedir juguetes, poder ver las últimas novedades en materia de ocio infantil, significa una entrada de primera fila para la Pasarela Cibeles de los juguetes.
Me encantan los catálogos que dejan en el buzón. Esta tarde ya he cogido el primero de la temporada y lo he hojeado un par de veces, casi con la misma ilusión que lo hacía unos años atrás. Éste, concretamente, viene con pegatinas ‘Me lo pido’ para que los niños las pongan al lado de los juguetes que más les gustan y son candidatos a entrar en La Carta. Aunque esto sea un producto más de nuestra sociedad de consumo (especialmente preocupante si tenemos en cuenta que vienen 30 etiquetas adhesivas en un sólo folleto), me encanta la idea, como si tuviera cinco tiernas primaveras.
Eso sí. Yo tengo mis preferencias en cuanto a catálogos. Dado que mis padres trabajan en unos grandes almacenes, como suelen llamarlos en la televisión, siempre han traído a casa El Catálogo de Juguetes, es decir, un libro casi tan gordo como medio diccionario, con todos los muñecos, juegos, peluches, coches, videojuegos, bicicletas, disfraces, películas y entretenimientos varios que hay. Y, como las buenas tradiciones, se mantiene hasta hoy: todos los años, doy saltos de alegría cuando mi padre vuelve de trabajar con El Catálogo en las manos. Es más, me encanta hojearlo con mi hermana y ver qué juguetes nos pediríamos este año, si aún fuéramos al colegio.
¡Ojo! A pesar de mi entusiasmo con los muñecos, los juegos de mesa, el merchandising de la última película o serie de la factoría Disney y demás artilugios para los niños, reconozco que más de dos horas de anuncios de juguetes en la televisión (especialmente los sábados y domingos por la mañana) pueden resultar perjudiciales para la salud. Lo he comprobado: una hora es aceptable e, incluso, divertido; pero a partir de la segunda, los sesos se empiezan a derretir. Os lo digo para que no intentéis hacer esto en casa sin la supervisión de un adulto.
En dosis moderadas, esta publicidad pre-navideña es una de mis pequeños vicios inconfesables de las mañanas de mi fin de semana. Recién levantada, con mi café con leche y mi bata sobre los hombros con aires de Super-chacha, me encantar sentarme en el sofá y ver anuncios de juguetes nuevos y antiguos. A menudo, suelo compararlos mentalmente con los que se emitían cuando yo era mozuela. Algunos no han cambiado en nada: ni el artilugio en cuestión, ni el niño o niña que lo maneja. Otros te hacen llevarte las manos a la cabeza al pensar, por ejemplo, qué generación de mujeres nos depara el futuro si las niñas de hoy sueñan con tener una muñeca con una minifalda y un grosor de labios que deja serias dudas sobre su estilo de vida. ¡Qué Santa Claus nos pille confesados!
No puedo evitar reírme de los nombres de algunos muñecos, imaginando a los creativos de la compañía de juguetes de turno.
- “Puf. ¿Qué nombre le ponemos a la muñeca ésta?”
- “¿Qué hace?”
- “Nada, lo que hacen todas”.
- “¿Qué es? ¿Un bebé? ¿Pequeñito? ¿Y niña? Pues pongámosle ‘Mi bebecita bonita’ y vayámonos a tomar un café ya.”
Voy a abstenerme de hacer comentarios sobre un muñeco que se llama ‘Chou Chou’ porque estamos en horario infantil.
Me encantan los catálogos que dejan en el buzón. Esta tarde ya he cogido el primero de la temporada y lo he hojeado un par de veces, casi con la misma ilusión que lo hacía unos años atrás. Éste, concretamente, viene con pegatinas ‘Me lo pido’ para que los niños las pongan al lado de los juguetes que más les gustan y son candidatos a entrar en La Carta. Aunque esto sea un producto más de nuestra sociedad de consumo (especialmente preocupante si tenemos en cuenta que vienen 30 etiquetas adhesivas en un sólo folleto), me encanta la idea, como si tuviera cinco tiernas primaveras.
Eso sí. Yo tengo mis preferencias en cuanto a catálogos. Dado que mis padres trabajan en unos grandes almacenes, como suelen llamarlos en la televisión, siempre han traído a casa El Catálogo de Juguetes, es decir, un libro casi tan gordo como medio diccionario, con todos los muñecos, juegos, peluches, coches, videojuegos, bicicletas, disfraces, películas y entretenimientos varios que hay. Y, como las buenas tradiciones, se mantiene hasta hoy: todos los años, doy saltos de alegría cuando mi padre vuelve de trabajar con El Catálogo en las manos. Es más, me encanta hojearlo con mi hermana y ver qué juguetes nos pediríamos este año, si aún fuéramos al colegio.
¡Ojo! A pesar de mi entusiasmo con los muñecos, los juegos de mesa, el merchandising de la última película o serie de la factoría Disney y demás artilugios para los niños, reconozco que más de dos horas de anuncios de juguetes en la televisión (especialmente los sábados y domingos por la mañana) pueden resultar perjudiciales para la salud. Lo he comprobado: una hora es aceptable e, incluso, divertido; pero a partir de la segunda, los sesos se empiezan a derretir. Os lo digo para que no intentéis hacer esto en casa sin la supervisión de un adulto.
En dosis moderadas, esta publicidad pre-navideña es una de mis pequeños vicios inconfesables de las mañanas de mi fin de semana. Recién levantada, con mi café con leche y mi bata sobre los hombros con aires de Super-chacha, me encantar sentarme en el sofá y ver anuncios de juguetes nuevos y antiguos. A menudo, suelo compararlos mentalmente con los que se emitían cuando yo era mozuela. Algunos no han cambiado en nada: ni el artilugio en cuestión, ni el niño o niña que lo maneja. Otros te hacen llevarte las manos a la cabeza al pensar, por ejemplo, qué generación de mujeres nos depara el futuro si las niñas de hoy sueñan con tener una muñeca con una minifalda y un grosor de labios que deja serias dudas sobre su estilo de vida. ¡Qué Santa Claus nos pille confesados!
No puedo evitar reírme de los nombres de algunos muñecos, imaginando a los creativos de la compañía de juguetes de turno.
- “Puf. ¿Qué nombre le ponemos a la muñeca ésta?”
- “¿Qué hace?”
- “Nada, lo que hacen todas”.
- “¿Qué es? ¿Un bebé? ¿Pequeñito? ¿Y niña? Pues pongámosle ‘Mi bebecita bonita’ y vayámonos a tomar un café ya.”
Voy a abstenerme de hacer comentarios sobre un muñeco que se llama ‘Chou Chou’ porque estamos en horario infantil.
Pero, volviendo a la realidad que marca mi fecha de nacimiento en mi D.N.I., pienso en lo divertido que sería pasar una tarde con alguna de mis primitas jugando con esos juguetes, participando de lleno en la historia que su imaginación infantil va creando sobre la marcha, tocando esos pedazos de plástico que tantos buenos ratos me dieron cuando era pequeña.
Por nostalgia, por influencia de la sociedad de consumo o porque soy (y espero seguir siendo) una niña encerrada en un cuerpo de veintipocos años muy bien conservado, sigo doblando la esquina de la página del catálogo donde está el juguete que más me gustaría encontrar bajo el árbol de Navidad del salón de mi casa.
¡¡Me lo pido!! Pero sin pegatinas.
ResponderEliminarPodéis crear un grupo de "adictos a los catálogos"; tú con el de juguetes y Blanca con el de Ikea.
ResponderEliminarYo, además de, como diría Laura, ser yonki del material de papelería, tb soy adicta a los catálogos de juguetes. Cuando los hojeo vuelvo por un momento a mi infancia y me los pido todo, pero sé que no aparecerán bajo mi árbol de Navidad.
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