Ayer necesitaba escapar, airearme un poco, fugarme de mi día a día. Y así lo hice. Aprovechando que tenía que hacer un par de recados por el centro, me perdí en uno de mis pequeños mundos favoritos.
Nada más llegar a la Plaza de Pontejos, entré en una de esas tiendas donde podría pasarme toda la tarde entera (ya casi lo hago en esta ocasión). Entré en Almacenes Cobián por la planta de abajo, la sección de manualidades. No me detuve mucho tiempo allí, pues tenía claro cuál era mi objetivo esa tarde. Pero no pude evitar dar un rápido repaso con la mirada por las estanterías donde encontré todos esos materiales que salían en los libros y programas de manualidades que me encantaban de pequeña y cuyo interés he vuelto a recuperar últimamente.
Subí las escaleras, mirando de reojo a la zona de telas que está un poco más abajo, y entré en la planta que más me gusta de esa tienda. Los viernes por la tarde y los sábados por la mañana está a rebosar de señoras costureras, madres habilidosas y chicas creativas que buscan ese cordel de cuero con un grosor concreto, esas cuentas de madera para dar un toque diferente a ese bolso, o aquella cinta de raso que combina perfectamente con ese vestido que está en casa por arreglar. Toda esa gente mira, toca, busca un hueco en el mostrador, pregunta, compara colores,… Para mí, no representan un estorbo, sino la esencia de esa tienda.
Tras un vistazo general por la sección de abalorios, cojo número para que me atiendan. Lo miro, levanto la vista hacia la pantalla luminosa, vuelvo a mirar el papel que sostengo entre las manos y me vuelvo a fijar en el número que parpadea en la pared. Por un momento, pienso que puede ser un error. Pero rápidamente deshecho esa idea al ver toda la gente que se agolpa alrededor de la sección de cuentas. Tengo el número 64 y todavía van por el 22. Lo bueno es que me sobra tiempo para darme una vuelta tranquilamente por toda la tienda hasta que se acerque mi número.
Primero me voy haciendo un hueco en el mostrador de abalorios y busco lo que necesito. Cada una de las piezas que hay bajo el cristal me sugieren mil proyectos, cientos de ideas, una veintena de broches y decenas de collares o pulseras que podría hacer. Me encanta esa explosión creativa que bulle en mi cabeza cada vez que voy a cualquier tienda de abalorios o mercería. El límite, claro está, es el dinero: aunque cada cuenta o fornitura cuesta escasamente unos céntimos, cuando empiezas a sumar céntimos más céntimos, acabas gastándote más de lo que esperabas. Por eso, ahora siempre voy con una lista de las cosas que realmente me hacen falta y otra de las que no son imprescindibles pero con las que podría completar algún que otro proyecto que tengo en mente.
Como aún tengo varios números por delante de mí, decido pasarme a la tienda de al lado. La primera vez que entré en el Almacén de Pontejos, lo hice casi de casualidad. Pero allí encontré unos botones que necesitaba y, desde entonces, siempre me doy un garbeo en busca de materiales y de inspiración. El problema es que esta mercería consiste en un largo y estrecho pasillo, con mostradores a ambos lados, llenos de gente curioseando entre botones y abalorios, por lo que a veces es difícil poder encontrar lo que estás buscando. Sin embargo, siempre he encontrado lo que andaba buscando. De hecho, en esta ocasión, encontré justo los cierres que necesitaba y, además, algo más baratos. Pero no los compré en ese momento: pensé que era mejor volver a la otra tienda, ver si ya se acercaba mi número y, cuando terminase mis compras allí, volver a esta mercería para conseguir los últimos materiales.
Aún quedaban más diez personas por delante de mí, así que me di un rápido garbeo por la sección de tejidos donde vi y toqué los rollos de tul, con la mente puesta en varios broches y adornos de pelo que podría hacer con esa tela. También pasé por la zona de las cintas de raso que abandoné rápidamente porque cada muestrario que tomaba, me sugería una y otra tarde de costura para dar forma a todas esas ideas que iban naciendo en mi cabeza.
Decidí coger sitio en el expositor de abalorios y esperar mi turno. Así, quietecita en mi rinconcito, evitaría que me entrasen ganas de comprarme toda la tienda. Saqué de mi monedero una de las bolitas que voy a utilizar para hacer un collar (que llevo mucho tiempo dando forma mentalmente pero sin encontrar tiempo para materializarlo), con el fin de comprobar si el tamaño de los apliques que iba a comprar se corresponde con lo que necesito. Tras considerarlos varios minutos, decido preguntar más tarde en la tienda de al lado. Entre unas cosas y otras, cuando me toca el turno, sólo pido un colgante que no tenía apuntado en mi lista pero que me ha sugerido una idea genial. Al final, he picado, como siempre.
Con mi pequeño tesoro en el bolso, vuelvo a la otra mercería, pero ya voy a piñón fijo. Me atienden directamente (¡qué suerte!), pido los cierres, paso por caja para pagar, pregunto si tienen los apliques que necesito, voy a la sección de botones, espero un minuto escaso, me enseñan una gran variedad donde encuentro justo los del tamaño que necesito, vuelvo a pasar por caja para pagar y salgo de la tienda.
Tal vez puede parecer una tarde estresante de esperar, ir, venir, mirar, decidir, comparar, tocar, comprar,… Para mí, es como ir al Museo Reína Sofía antes de pintar una versión del Guernica. Significa llenar mi cabeza de diseños, bocetos y proyectos para que no dejen lugar a los problemas. Supone una tarde tranquila de compras en la que no se gasta dinero, sino que se invierte en creatividad.
Ojalá más gente pensara como tú, te lo dice una que ha trabajado bastante tiempo en una mercería entre cintas, abalorios, broches, telas y demás...
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarAlguna vez he tenido que ir por Pontejos y la verdad es que impresiona la cantidad de dinero que mueven esas tiendas. Felicidades por esa forma de ver las siempres aburridas esperas en las tiendas... a mí he de admitir que me ponen histérico las colas, por muchas ganas de comprar algo que tenga.
Por cierto, me han hablado de una cosa que a lo mejor te interesa; es tema de curro, así que no sé si contártelo por aquí. ¿Cómo me podría poner en contacto contigo? ¿Le pregunto a César o algo?
Saludetes ;)
Espero que te marques un fotopost con todas las cosas chulas que hagas con esos abalorios, cuentas, cintas y botones.
ResponderEliminar@Patricia Vera: Supongo que por eso te gustan ahora las manualidades, ¿no? :-)
ResponderEliminar@Goldman: Las colas pueden llegar a desesperar, sí. Pero en este caso, yo jugaba con ventaja: los veinte números por delante de mí me permitían curiosear por la tienda, algo que no hubiera hecho si hubiese ido con prisas.
@Laura: Ahora estoy trabajando (en los pocos ratos libres que tengo) en el collar del que te hablé. Ya te avisaré cuando lo acabe, para enseñártelo ;-)