jueves, 24 de diciembre de 2009

De cómo nacen y mueren las tradiciones

Desde que era pequeña (al menos, hasta donde alcanzan mis recuerdos), el árbol de Navidad y el Belén se montaban en mi casa el día 8 de diciembre, porque era festivo y todos estábamos en casa, relativamente ociosos. Me encantaba (me encanta y me encantará) sacar todos los adornos de aquellas cajas de zapatos viejas y volver a mirarlos detenidamente como si fuera la primera vez. Manzanita rojas, bolas brillantes de colores, espumillón, figuritas de madera, campanillas doradas, lazos de raso,…

Recuerdo con especial cariño cómo decorábamos la casa en aquellas fechas cuando era pequeña. En aquellos años, vivíamos en una casa más pequeña que la de ahora, en Vallecas, y no teníamos espacio para un árbol de Navidad como Dios manda. Por eso, mi madre ideó un abeto recortado en cartón, forrado con una especie de terciopelo verde adhesivo y bordeado con una tira de espumillón, que colgábamos en la pared del salón. Para colocar las figuritas, clavábamos alfileres y, de ellos, colgábamos los adornos.



El Belén también era otra pieza digna de un tutorial de decoración del hogar. Por falta de espacio (o, más bien, para que fuera más fácil limpiar el polvo), lo montábamos dentro de una quesera. Todas las figuritas quedaban recogidas dentro de los límites de la base redonda de madera y protegidas por una campana de cristal, que le daba un aire de pieza de museo. En los últimos años, trasladamos el Belén a una bandeja de cocina, forrada de fieltro verde como el árbol, y así pudimos ampliar el número de figuritas.

Cuando nos cambiamos de casa, hace ya unos cuantos pares de años, compramos un árbol en condiciones, pero el Belén siguió siendo el mismo aunque con cambios de ubicación o decoración. De hecho, la colocación de los últimos años llamaba especialmente la atención a aquellos que llegaban al salón, por el aire multicultural que tenía, como podéis ver aquí abajo. Pero la tradición de montarlo el 8 de diciembre seguía más o menos invariable.



Este año, mi madre sentenció que los adornos se iban a poner el 24 de diciembre. ¿Cómo? Y, lo más importante, ¿por qué? ‘Porque tengo que limpiarle el polvo menos días al abeto y a las figuritas’, determinó. Pero ahí no acaba la masacre de tradiciones. Cuando mi padre sugirió que lo montáramos todo un domingo, antes de Nochebuena, mi madre aceptó, pero resolvió que este año no se ponía el Belén. ¿Cómo? Y, lo más importante, ¿por qué? ‘Porque, claro, ahí, con el teléfono nuevo… y, además, que el polvo…’, dijo mi madre. Resumido: ‘Que no, y punto’.

Desde entonces, me estoy quejando (a sus espaldas, claro) de este ataque contra una de las costumbres que más me gustan. Como contrapartida, yo estoy comenzando otra tradición para estas fechas: hacer tiramisú navideño (es igual que el de toda la vida, sólo que, como lo prepara en estas fiestas, pues lo llamo así). Llevo dos años haciéndolo y no estoy muy segura de cuánto tiempo tiene que pasar para que una tradición sea llamada como tal, pero para mí es suficiente. Tengo que compensar la muerte de una tradición con el nacimiento de otra, ¿no?



El otro día, sin venir a cuento, mi madre empieza a contarme que no sé cuando tiene que hacer no sé qué y, de camino, pasa por no sé donde,… En resumen: que ha visto un Belén pequeñito que le ha encantando y que va a comprar, por eso no se ha puesto este año el nuestro.

Hoy ha llegado mi madre con la caja, diciendo que es un regalo para ella, para que mi hermana no cotillease en la bolsa. Después de montar “su regalo”, nos ha avisado para que fuéramos al salón a verlo. Es un ángel, con las alas abiertas, que tiene en el regazo a los tres Reyes Magos, la Virgen, San José y el Niño Jesús. ‘Es muy bonito, pero el nuestro me gusta más, porque es el Belén de mi infancia’, pienso, sin decirlo en voz alta, para no herir los sentimientos de mi madre. ‘A mí me gusta más el de antes’, sentencia mi hermana, que es mucho más espontánea que yo. ‘Pero es que éste es más fácil para quitarle el polvo’, añado medio en broma, medio en serio.



En cuanto a tradiciones, como decía Julio Iglesias: “Unos que nacen, otros morirán,… La vida sigue igual”.

¡¡Felices Fiestas!!

3 comentarios:

  1. Tu madre será feliz el día que inventen un belén lavable que se pueda limpiar en la lavadora XD. Ya te enseñaré alguna foto de mi 'belén posmoderno', que tiene de todo.

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  2. Me encanta el abeto de fieltro! Es una gran idea!

    Yo este año sólo tengo un nacimiento, que es lo que me dio tiempo a pintar en escayola. En cuanto pase la navidad me compraré los reyes magos (que estarán más baratos) para pintarlos durante el año. Y para el año siguiente espero encontrar "el tío cagando" (como lo llamamos por aquí), aunque no sé si existirá en figura de escayola. Así, poquito a poco, quiero ir haciendo mi belén. Que la tradición sea pintar a lo largo del año lo que pondré al siguiente. Sólo llevo un año haciéndolo, espero convertirlo en tradición.

    Tú sigue con tiramisú, que las cosas gastronómicas se convierten en tradición con mucha facilidad.

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  3. Creo que es muy gratificante tener un belén hecho por ti misma. Además, cada año será diferente, al ir añadiendo nuevas figuras. ¡Adelante con la tradición de las manualidades!
    De momento, la mía del tiramisú ha tenido buena acogida.

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